Llegué tarde por la mañana a un país donde siempre es temprano y gris. Las nubes eternas eran el cielo y los techos las montañas. Era año nuevo. Quien vive en el frío sabe que solo el movimiento tiene al cuerpo para calentarse y saber moverlo es la maravilla. Como base teníamos eso, el cuerpo y ron. Bailamos en un cuarto duplicado, vacío y extenuante, de una sola y larga ventana. Ahí es cuando vi las montañas en los techos, eran de una tierra suelta como gravilla y vapor, algunas parecían volcanes. Aunque todos las veían nadie me tomaba en serio, se creían borrachos o drogados. Ella, que antes me miraba desde el rabillo de su ojo como un óculo investigándome, dijo: -There is no montain in Bruxelles. La miré mejor. Nos acercamos a conversar en un idioma que no era ni el mío ni el de ella y nos entendimos. No nos besamos pero como vomité en su cara pensé, ya no querrá besarme. Al otro día me mandó un mail, me dijo de encontrarnos en el centro. A mi salir de casa siempre me incomoda, aunque ya había salido de viaje y estaba lejos igual me incomodaba. Busqué en el google map un recorrido, esperé 3 minutos el bus, cuando apareció noté que tenía reminiscencias art nouveau. Llegó en horario. Tardó en cruzar la ciudad y llegué tarde. El miedo a lo nuevo me impide llegar a tiempo. Traté de recordar su rostro para volver a encontrarlo entre tantos rostros pálidos. Ahí estaba, me esperaba en la ventana de un bar imposible. Hicimos pis y nos fuimos a caminar. Entre otros paseos visitamos al niño fuente que mea eternamente, me pareció una boludés. Fuimos en busca de cervezas. Las mejores cervezas del mundo que jamás haya tomado. A las tres copas ya estábamos borrachas. Le dije vamos a dormir juntas y se puso ansiosa. Mucho tiempo sin sexo es un lugar raro. Aceptó porque estaba borracha y porque yo estaba de paso. En su casa bebimos whisky y escuchamos Bach. Coincidimos en el gusto clásico. Por la mañana abrí los ojos y me acordé de las montañas.






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